Por Marcia Montenegro
Los guías espirituales, la meditación, la astrología, la actividad paranormal, el “Yo superior”, la activación de la Kundalini, el desarrollo de las habilidades psíquicas, la oración a los gurús, el viaje astral, la numerología, las cartas del Tarot, el contacto con los muertos, la asociación con brujas, los sufíes, los seguidores de Muktananda, Rajneesh, Sai Baba, Maharaji… todo esto y más fueron parte de mi viaje. ¿Cómo llegué a este cambio?
Crecí con un padre agnóstico y una madre que se crió yendo a la iglesia. Mi hermana y yo teníamos que ir a la iglesia porque mi madre pensaba que era lo correcto aunque no siempre iba. Debido al trabajo de mi padre en el Servicio Exterior, nos mudábamos con frecuencia, así que acabamos en diferentes iglesias situadas en el extranjero y en el área de Washington D.C. Con el tiempo, me tomé en serio la religión. En la preparatoria, tenía la idea de que si era buena, entonces complacería a Dios y conseguiría llegar al cielo. Pero leer sobre otras religiones y reunirme con los que creían de forma diferente, me hizo preguntarme algunas cosas. Tal vez había algo más que lo que yo tenía, es decir, un conocimiento de Dios y de Jesús que era en su mayoría superficial. Quería algo más profundo, más experimental. El cristianismo parecía definirse por sermones, yendo a la escuela dominical y haciendo buenas obras. ¡Qué aburrido! Me estaba perdiendo de algo, además, nunca encajé durante mis años de preparatoria. Ser alguien que escribía poesía, estar en un hogar alcohólico, no tener raíces reales, todo se combinó para hacerme sentir diferente y distinta a los demás. Empecé mi viaje al final de la preparatoria.
Ese viaje continuó durante la universidad, donde experimenté actividades paranormales, me hice amiga de alguien que decía ver auras, y asistí a sesiones espiritistas en las que ministros que decían tener habilidades psíquicas recibían mensajes de los muertos.
En una radiante y soleada tarde de Florida, mientras descansaba en mi cama completamente despierta con los ojos ligeramente cerrados, sentí que estaba flotando. Abrí los ojos y me quedé atónita al ver mi cuerpo en la cama debajo de mí, mientras yo flotaba cerca del techo. Pensé que había muerto. La conmoción me devolvió a mi cuerpo de forma casi dolorosa, era mi primera experiencia extracorporal y no tenía ni idea de lo que era ni de que tuviera nombre. No se lo conté a nadie.
El viaje se prolongó hasta los años 70, cuando visité a un astrólogo y a otras personas con habilidades psíquicas, e hice muchas lecturas sobre la actividad paranormal. También leí acerca de las creencias hindúes y budistas, Recuerdo haber leído un libro sobre Vedanta (una secta del hinduismo) cada mañana en la cafetería del edificio donde trabajaba. Comencé a ver conexiones en mi vida con los colores de los chakras, los siete centros psíquicos de energía en el cuerpo según las creencias hindúes. Esta y otras experiencias me motivaron a sumergirme en los seductores mundos de la actividad paranormal y las creencias orientales.
Con los años, mi búsqueda de habilidades psíquicas se intensificó. Estudié astrología y realicé un examen de 7 horas sobre astrología en Atlanta, Georgia, administrado por la ciudad pero formulado y calificado por un comité de astrología, para poder obtener la licencia comercial. Al aprobar el examen, comencé a practicarla y, con el tiempo, también la enseñé, di charlas públicas, escribí en revistas astrológicas y de la Nueva Era, y formé parte del comité de examinadores de astrología que daba y calificaba los exámenes, llegando a ser presidente de dicho comité.
Sin embargo, con todo el conocimiento y experiencia que había adquirido, ¿cuáles eran las respuestas? Como llegué a creer que solo existía la ignorancia, y no el mal, las historias de crueldad y asesinato me incomodaban. Aunque creía que volvería después de mi muerte, ¿a dónde iría en ese intervalo y por cuánto tiempo? Las religiones del mundo, con las que me sentía más cómoda, daban mensajes contradictorios. Algunas enseñaban que iríamos a algún lugar como una escuela, y que luego íbamos a elegir nuestra próxima vida. Otros enseñaban que iríamos a un lugar espiritual para purificarnos espiritualmente, aunque no se explicaba cómo, y que luego nuestra próxima vida sería elegida para nosotros. ¿Por quién? Eso no se explicaba, se suponía que debíamos confiar en el proceso.
También estaba la inquietante enseñanza de que cualquier pensamiento que se tuviera en mente en el momento de la muerte, determinaría la experiencia después de la muerte durante algún tiempo. ¡Mejor no tener un mal pensamiento por mucho tiempo! ¡Más vale no dormir con imágenes temerosas! Era aterrador contemplar eso, pero, ¡esa contemplación era en sí misma un pensamiento negativo! Intentaba ahuyentar estos miedos meditando o recitando algo.
Busqué la paz en una de las religiones más místicas del mundo: EL budismo zen. Tratar de separarme de todo deseo implicaba una meditación que permitía que surgieran pensamientos, miedos o deseos y luego no responder a ellos. Esto debía aplicarse también a la vida fuera de la meditación. Para alguien como yo, que arrastra mucho dolor emocional de mi pasado y mi presente, esto era atractivo. Pero aunque el desapego sonaba bien en todos los libros, había que pagar un precio. El desapego parecía artificial y poco natural. Ver “el vacío” detrás de lo que me rodea, otro signo de perspicacia espiritual, me parecía escéptico y deprimente. Quizá si hubiera seguido estas prácticas con más devoción, podría haber sustituido gradualmente mis sentimientos y reacciones naturales por la ausencia de sentimientos. Pero, ¿es humano no sentir, aceptar todos los pensamientos, acciones y emociones sin juzgarlos?
Que me enseñaran a ser natural y “holística” por un lado, y que por otro aprendiera a dejar de lado mis reacciones naturales, parecía una contradicción. Por supuesto, no se aconsejaba este tipo de análisis racional, e incluso se atacaba. Por tanto, las contradicciones podían y debían aceptarse. Si no tenían sentido, mucho mejor. La idea era trascender la mente racional, que era una barrera entre mí y la iluminación.
Aunque no conseguí alcanzar el desapego, me aferré a las paradójicas enseñanzas del zen, leyendo libros con relatos zen y continuando con la meditación. Noté que la paz que había sentido con mis meditaciones iniciales había disminuido, lo que me llevó a meditar aún más en un intento de volver a capturar esa paz escurridiza.
También aprendí, en mi búsqueda de habilidades psíquicas, que la naturaleza del pensamiento ocultista u de la Nueva Era es que no hay una sola respuesta. No hay una sola verdad, no hay una sola realidad. La verdad se basa en tu experiencia, por lo que cambia y puede diferir de una persona a otra. Si hay multiniveles de la realidad, y no hay una verdad absoluta, entonces debe haber muchas verdades y realidades contradictorias. En el plano abstracto, esto era un alimento fascinante para el pensamiento, y me llevó a sentirme cómoda con cualquier verdad que quisiera. Pero en el plano práctico, ¿qué diferencia representaba la verdad si alguien realmente la descubría? ¿O cómo sabríamos si realmente existe? Y si no era así, ¿qué importancia tenía lo que se creía? Estas enseñanzas daban respuestas que solo planteaban más preguntas.
Aprendí que solo somos gotas en el océano, y que el objetivo consiste en, eventualmente y después de muchas vidas, volver a unirnos a la unidad cósmica que algunos llaman Dios. Esta fuerza divina era de donde veníamos y era nuestro destino final. Eso significaba que mi identidad, mis recuerdos, mis talentos y mi personalidad serían absorbidos por el Ser cósmico. ¿Dónde estaría yo? La inquietante respuesta fue que ya no existiría. La muerte se convirtió en un tema interesante pero incómodo para mí.
La mejor manera de ayudar a los demás y de mantenerse fiel a su camino, oí y leí en repetidas ocasiones, era trabajar en uno mismo y amarse. Aunque era común hablar de “amor” y nos enseñaban que era la base de todo, también parecía que todo el mundo lo utilizaba para justificar lo que hacía. Así que, si tu esposo no era tu compañero espiritual, entonces el “amor verdadero” te permitía dejarlo o encontrar a alguien con quien tuvieras un verdadero vínculo. Después de todo, esta era una “ley” del universo: la ley del amor. Pero este amor no estaba definido. Estaba ahí fuera, era una fuerza que impregnaba el universo. No había ningún ser personal que me amara, existía esta energía que venía del Ser cósmico y eso era todo. ¿Podría importarle a una fuerza?
Una inexplicable compulsión por ir a la iglesia se apoderó de mí en la primavera y el verano de 1999, sin embargo, esto me enfureció porque odiaba el cristianismo, las iglesias y a los cristianos. Primero ignoré esta compulsión, luego me resistí a ella, y después, tras luchar contra ella durante un tiempo, decidí ceder, esperando que desapareciera. Pensé que probablemente se debía a una de mis vidas anteriores como sacerdotisa o monja.
En los primeros minutos de un servicio religioso en una gran iglesia del centro de Atlanta, sentí un amor que nunca había sentido que me inundaba y atravesaba con tanta fuerza que empecé a llorar. Sabía que ese amor provenía de Dios, no de la música, ni de las personas ni del lugar. Ese amor era real. Viniendo de un hogar alcohólico, estaba hambrienta de ese amor. Volví el domingo siguiente, no para tener otra experiencia, sino para poder estar en el lugar donde recibí ese amor.
Después de varias semanas, comencé a sentirme impura por la astrología, aunque nadie en la iglesia me dijo nada al respecto. Lo único que sabía era que de alguna manera me estaba separando de este Dios de amor. Entonces tuve la impresión de que a Dios no le gustaba la astrología y quería que la dejara. ¿Renunciar al trabajo de mi vida? ¿Renunciar a mi identidad y propósito? Dejando de lado a mi hijo, nada era más importante para mí que la astrología. Pero sentí que no tenía elección, tenía muy claro que a Dios no le gustaba la astrología. Sin creer siquiera lo que estaba haciendo, decidí dejar la astrología a finales de 1990. Por aquel entonces, era presidenta del comité de planes de estudio, miembro de otros comités de la sociedad astrológica y tenía pendiente impartir una clase. Tuve que buscar otro profesor, tuve que decir a los clientes que llamaban que ya no era astróloga.
¿Y ahora qué pasa? Pensando que debía leer la Biblia, empecé a leer Mateo, el primer libro del Nuevo Testamento. La lectura de la Biblia me puso en contacto con algo puro, pero no sabía qué era. Aunque ya había leído la Biblia cuando era pequeña, esta vez fue diferente. Sentí como si me limpiaran de adentro hacia afuera mientras la leía.
Esta persona, Jesús, me fascinó. Era como si estuviera aprendiendo sobre Él por primera vez. Una noche, mientras leía parte del capítulo 8 de Mateo, justo antes de la Navidad de 1990, vi quién era realmente Jesús. En la barca con sus discípulos, se levantó una terrible tormenta. Los discípulos tuvieron miedo y despertaron a Jesús, diciéndole que iban a perecer. Jesús paró la tormenta en seco. ¿Cómo? Esto no fue como otras actividades paranormales. No visualizó aguas tranquilas, no hizo brujería. Reprendió a los vientos y al mar, y éstos le obedecieron. Eso significa que tiene autoridad sobre la naturaleza.
Estaba separado de Dios por todo lo que había hecho en mi pasado, había vivido toda mi vida basándome en mi voluntad, una voluntad que había rechazado y desafiado a Dios y a su palabra. Me di cuenta de que la única manera de ser perdonado, la única manera de reconciliarse con Dios, era a través de Jesús, el Dios-hombre que sufrió y murió por mí por un amor grande e incondicional. Me di cuenta de que Jesús es el Salvador, es el Hijo de Dios y Dios el Hijo. Entendí por primera vez por qué Jesús murió en la cruz.
En esos minutos sentada en mi cama con la Biblia, supe que la verdad y la respuesta a todas mis preguntas eran una misma: Jesucristo. ¡Qué verdad tan simple pero tan impresionante! Y así me rendí a Cristo y supe que le pertenecía desde ese momento. Varios meses más tarde, me enteré de que un joven cristiano del trabajo a tiempo parcial en el que trabajaba había estado orando por mí con un grupo de confraternidad en su iglesia durante 1990.
Jesús era diferente de los "maestros" que yo había estudiado. Era más real que los guías espirituales, los Maestros Ascendidos, el Ser Superior, todas esas cosas aéreas y escurridizas que no daban evidencia de su existencia, porque vino a la tierra en carne y tuvo hambre, sed, sintió dolor y pena. No dio un mensaje que negara la suciedad y el polvo de la vida, sino que se sentó con los marginados, las prostitutas y los odiados recaudadores de impuestos, y sin embargo permaneció sin pecado. Era tan real como puede serlo. Aunque era completamente hombre, Jesús era completamente Dios encarnado, igual a Dios en su naturaleza, pero dejando de lado esa gloria (no la deidad) para estar entre los hombres y mujeres que sufren. Jesucristo fue torturado voluntariamente, entregó su vida y tuvo una muerte agónica para pagar por nuestros pecados. Resucitó corporalmente al tercer día, venciendo a la muerte, para que podamos tener vida eterna con Dios. Ningún brujo, ningún maestro espiritual, ningún Buda, ningún chamán, ningún brujo, ningún vidente ha vencido a la muerte, sino que todos yacen fríos en sus tumbas. Pero Jesús tiene poder sobre la muerte y vive hoy.
Espiritualmente, había estado en una tumba con los budas y los brujos y los buscadores de sabiduría que habían rechazado la verdad de Cristo. Los complicados e intrincados estudios que me habían cautivado, las interminables capas de verdades y realidades que había perseguido, el constante esfuerzo por evolucionar, las experiencias paranormales, la necesidad de creer en la propia bondad a toda costa, eran todo un laberinto y una trampa. La verdad era bastante sencilla para un niño porque la verdad es una Persona. Jesús no enseñó el camino ni dijo que tenía un camino. Dijo que Él es el camino, no un camino, sino EL camino.
¿Cuál es la mayor diferencia entre mi vida anterior y mi vida en Cristo? ¿Que soy más feliz, que la vida es más fácil? Absolutamente no. La diferencia es que estoy espiritualmente satisfecha. Hay más que aprender y mucho espacio para crecer, pero el aprendizaje y el crecimiento surgen de Cristo como fundamento, no de una búsqueda fuera de Él. La búsqueda ha terminado; la sed se ha saciado; el hambre interior se ha llenado.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí” -Juan 14:6
“Pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna” -Juan 4:14
“Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed” -Juan 6:35
“Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra” -Mateo 28:18
“Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” -Apocalipsis 3:20
Muchos persiguen las habilidades psíquicas y la actividad paranormal en busca de la realización personal y espiritual. Dios ofrece esa realización en una relación con Él. Para saber más, consulta Conociendo a Dios personalmente.
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